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1.1.05

Metrópoli, según Rodrido Sánchez

Me gustaría contar mi visión sobre el producto de los domingos que ha venido desarrollando el diario El Mundo en los pocos años que tiene el periódico y que, en un periódo digamos breve, ha cambiado sustancialmente la oferta de fin de semana, un caso que no se ha dado en ningún otro periódico nacional últimamente. En los últimos cinco años El Mundo ha tenido tres diferentes productos dominicales, con un espíritu totalmente diferente unos de otros, que han marcado una especie de boom en el Diseño Periodístico dentro de este campo. La primera revista que ofrece El Mundo los domingos es el Magazine. El diseño de este producto intentaba, desde un principio, que se diferenciase mucho de la oferta dominical que existía entonces. El Mundo era un periódico que contaba con relativamente pocos medios económicos y el número de personas que trabajaban en él era bastante ajustado, pero necesitaban luchar por un hueco que pensaban existía en el mercado; que era difícil, que estaba claramente liderado, como lo está ahora, por El País Semanal.Y, de alguna manera, El País Semanal estaba marcando el modelo a seguir.Pero se decidió tirar por un camino radicalmente opuesto. Y la forma más evidente de hacerlo era simplemente cambiar el tamaño, dar otras dimensiones, de gran formato, prácticamente tabloide e intentar competir con otro tipo de contenidos en los cuales el tamaño de las imágenes soslayarían alguna falta de calidad, si es que la había. El autor del diseño de este producto fue Carmelo Caderot, director de arte de El Mundo y se basó inicialmente en la portada de una revista que se llamaba Art Center Review–diseño de Kit Hinrichs– y que se caracterizaba por su enorme cabecera donde la palabra Review aparecía enorme en letra de palo. En la portada destacaba con grandes letras el nombre del producto Magazine, un nombre además nuevo, que no era castellano; no existía una cabecera de estas características en España, era una manera muy diferente, una cosa muy chocante que te podía resultar atractivo en principio pero luego resultaba difícil de leer, de manejar. Lo que hizo Carmelo Caderot fue modular totalmente la portada de forma que, directamente debajo de la cabecera, siempre hubiera una especie de rataplán en el que destacaban tres temas. Esta publicación, por fuerza, tenía un corto número de páginas y este rataplán bajo la cabecera hacía las veces de sumario y ahorraba una página del interior. Esta disposición obligaba a un formato rígido para los temas principales y las imágenes grandes iban, semana tras semana, en la parte inferior de la portada. Y en la parte superior de la cabecera era donde se podía destacar, si acaso, cualquier coleccionable de turno o cualquier historia. El problema con este esquema de portada es que se repetía prácticamente igual en todos los casos y llegaba un momento en que no se sabía muy bien si se estaba viendo el mismo producto siempre o si cambiaba cada semana. Eran calcos unos de otros. Contábamos, además, con el problema de tener que meter siempre una foto horizontal, casi cuadrada, en portada cuando el resto de las revistas de todo tipo siempre daban un formato de imagen vertical, que es lo lógico.
Las llamadas de los coleccionables, que aparecían por la parte de arriba, intentaban dar algo de vistosidad diferente, y se incluía alguna silueta en los rataplanes del centro para ofrecer dinamismo. Pero el resultado era básicamente el mismo. Podemos decir que lo que marcaba la línea de continuidad del Magazine no sólo era el tamaño desproporcionado de la cabecera, sino el formato rígido de toda la revista. Yo me incorporo a El Mundo en octubre de 1992, después del cierre del diario El Sol, para hacerme cargo del Magazine porque Carmelo Caderot quiere cambiar el producto del domingo. Hay un cierto interés por hacerlo diferente de lo que estaban dando y querían introducir otro tipo de temas, algo más variado, menos rígido. Mi primera idea fue eliminar la horizontalidad manifiesta del producto y hacer hincapié en el tamaño grande. Modificamos la banda superior de coleccionables para eliminar cortes a lo ancho en la portada y verticalizamos la foto mayor. El rataplán, que normalmente iba debajo de la cabecera, lo colocamos también en vertical y el resultado ofrecía una dimensión nueva. Otras veces había que volver al método tradicional, no siempre se podía hacer lo que uno quería. Pero empezamos a introducir fotografías más grandes. Esto nos obligaba a veces a calar los titulares dentro de las imágenes y no respe-tábamos ninguna zona blanca para poderlo colocar debajo, como hacíamos antes. Era impresionante el efecto de ver un modelo al lado del otro, el cambio era enorme. La sensación de tamaño del Magazine se duplicaba. Aunque la cabecera seguía respetándose, el hecho de llevar la imagen a sangre y jugar con el rótulo en distintos planos ofrecía volúmenes muy diferentes. Pero a veces volvíamos a los criterios antiguos, sobre todo si no contábamos con imágenes que ofrecieran la calidad necesaria. Apesar de lo precario de algunos números, muchas de estas soluciones serían premiadas a posteriori en los certámenes anuales de la SND (Society for News Design).Y eso nos permitió también empezar a manejar elementos de diseño que pudieran complementar la información de portada como, por ejemplo, los colores de la cabecera. El interior de este producto en sus orígenes también resultaba un formato absolutamente modulado y rígido –que puede parecer más un periódico que una revista– a causa de un motivo muy evidente: no se podía competir con el suplemento de El País, no teníamos ni la calidad de fotografías ni la cantidad de gente que tenían ellos. Teníamos que recurrir a un breve resumen de lo que había ocurrido durante la semana y lo que ya había salido en el periódico y en la televisión. De un análisis riguroso en alguno de estos ejemplares podemos afirmar sin temor a equivocarnos que resultaban el resumen a color del periódico de toda la semana. Eran todo noticias de actualidad, con una maqueta poco flexible, fotografías en color y portadas con bastante similitud unas a otras. No había una edición fotográfica como la conocemos ahora, pero era lo que sepodía hacer en ese momento. En diseño uno no siempre hace lo que quiere, sino que hace lo que puede con los elementos que tiene en ese momento.
Todo el interior de este Magazine iba con el mismo tipo de letra, con el mismo tipo de titulación, engatillando el autor y el fotógrafo en la capitular inicial del titular, el mismo tipo de subtítulo, el mismo tipo de entradilla, todo básicamente igual, incluso el columnaje no variaba en todo el producto. En la segunda fase de este mismo producto, a partir de mi incorporación, intentamos mover más los elementos, intentamos dar un poco más de dinamismo y crear una edición fotográfica que hasta ese momento no existía. Se modificaron algunos cuerpos de letra para hacer diferentes llamadas de titulares y apoyos algo más recreados con lo que en ese momento se contaba. Era una manera de aportar, a través del diseño, una postura y un posicionamientoante la información que se estaba dando. Después de unos meses, el Magazine fue rediseñado en su totalidad. Mi implicación en este caso fue directa y total, junto al director de arte, Carmelo Caderot, y bueno, la idea que tenía la empresa era clara: quería cambiar radicalmente el producto que estaba ofreciendo, quería hacer un producto elitista, un producto en el que los temas literarios, los temas intelectuales destacaran sobre el resto. Y queríamos destacar mucho las imágenes. Para este cambio utilizamos tipos de letra que no se habían usado hasta ese momento en España y evidentemente nos influyeron muchos medios extranjeros. A nadie se le puede escapar la influencia de cabeceras como Squire, Rolling Stone y la revista Premier, por ejemplo. Hubo muchas revistas que nos influyeron, revistas que nos gustaban y que estaban muy cuidadas tipográficamente, muy cuidada la fotografía, e introdujimos por primera vez una serie de ornamentos tipográficos, de detalles que intentaban dar un aire más literario, un aire más elitista al producto. Probamos muchas posibilidades e incluso manejamos diferentes modelos de cabeceras en caja alta y en caja baja, pero al final nos decidimos por mantener las mayúsculas para acentuar la sensación continuista del producto. Este esquema de dominical nos permitía ya ofrecer un modelo de sumario en páginas interiores y estructurar las diferentes secciones –debates, perfiles, diferentes modelos de relatos– con dibujos más grandes y con detalles tipográficos pequeños –nos encantan los detalles– por toda la revista. Los elementos entonces jugaban entre sí y no había ninguno fijo. También empleamos algunos iconos que, aunque sólo aparecieran dos o tres veces a lo largode la revista, daban continuidad al diseño. Durante el tiempo que estuvo este suplemento en la calle recibimos bastantes premios de diseño y como producto funcionó muy diferenciado del resto de los dominicales. Sin embargo, en un momento dado, se plantea crear otro producto. El motivo real por el que se modificó el Magazine y se creó La Revista fue porque el director del primero, Manuel Hidalgo, decidió dejarlo. No quería seguir con el dominical, prefería dedicarse a otras cosas y entonces hubo que buscar a una persona que se encargara de nuestro nuevo dominical. Se hicieron gestiones con diferentes personas y al final se llegó aun acuerdo con Alberto Anaut que hacía unos meses que había abandonado El País, se había embarcado en su proyecto personal de la revista Matador, y pensamos que estaba en la línea que queríamos. En el acuerdo con Alberto Anaut se incluía la posibilidad de que él trajera parte del equipo con el que había trabajado en la realización del dominical de El País. En ese equipo estaba su segundo, Gumersindo Lafuente, y el editor gráfico, digamos jefe de fotografía, de El País Semanal, que es Chema Conesa. Los dos se vinieron. Y llegaban, evidentemente, con ideas totalmente diferentes de lo que había. Querían que su llegada se notara claramente y que el cambio que suponía para el producto fuera absoluto, que rompiera totalmente con lo que había habido antes y que se notara tanto que hasta el formato fuera diferente. Se barajaron al principio diferentes tamaños, todos ellos más pequeños que el anterior; se hizo incluso un número cero sobre un formato cuadrado y, al final, optaron por acercarse a las dimensiones más corrientes de los dominicales tradicionales alrededor del A4, pero más chato. La idea que tenía el equipo directivo era muy clara: no querían saber nada del diseño que había salido antes, no querían juegos tipográficos; querían una cosa supersencilla. La idea era batir a El País Semanal. Y lo que tenían claro era que con el tipo de diseño que estábamos realizando antes no conseguíamos contactar debidamente con los lectores. Los lectores se sentían demasiado alejados de ese producto que muchas veces suponía un esfuerzo adicional por su parte para poder leerlo; no necesariamente porque fuera ilegible, sino porque el tipo de maqueta, el tipo de juegos tipográficos se les escapaba, les parecía que eso no era para ellos. La idea que tenía el nuevo equipo era el hacer algo que pudiera llegar a todo tipo de público, ya fuera un público ilustrado, público popular, público de todo tipo. Nosotros, ante esta exigencia que planteó el nuevo equipo directivo, tuvimos también que cambiar nuestras ideas de realización. Sabíamos que no íbamos a poder hacer muchas cosas de las que habíamos hecho antes y teníamos que conseguir con unos medios muy cortos en cuanto a posibilidades gráficas, dar una imagen de producto de calidad donde también se notara el diseño sin estar. Es un poco raro de explicar, pero también era muy difícil de hacer. Nuestra primera decisión fue la elección tipográfica: ¿qué fuentes íbamos a usar para una revista que iba a ser casi siempre igual, que no iba a tener grandes diferencias de un número a otro, que todos los reportajes iban aser prácticamente iguales, que no iba a hacer cambios tipográficos? Necesitábamos seleccionar una tipografía que por su propia belleza aportara parte delo que nosotros no íbamos a poder aportar con nuestro diseño; es decir, que la tipografía tuviera una calidez, tuviera una forma bonita y, al mismo tiempo, una personalidad tan grande que por sí sola, sin necesidad de ningún otro truco, pudiera dar el guiño al lector que nosotros no íbamos a poder dar con nuestro trabajo. Para ello empleamos diferentes tipos de letra, algunos de los cuales ya habíamos usado en el anterior Magazine. Para los titulares empleamos la Bernhard Modern fundamentalmente, y otros como la Engravers y la Bodega en sus versiones sans y serif. También nos quedamos con una fuente que se había usado bastante en Premier y que llegaba en esos momentos a España, que era la Eagle, que fue la tipografía que usamos para la cabecera. El nombre de la cabecera no se decidió hasta ultimísima hora. Se hicieron infinidad de pruebas, tanto del nombre como de la tipografía. Al final se optó entre dos nombres: Siglo XXI, el subtítulo del nombre de nuestro periódico, y La Revista. En realidad nadie apostaba por La Revista porque parecía un nombre demasiado frívolo y un nombre muy vulgar. Pero fue el que se quedó en una reunión extraña de última hora donde alguien decidió añadir una franja roja subrayando el logo; y se quedó. El caso es que el proyecto que se hizo de La Revista supuso un cambio radical de modelo de dominical y la definición de algunas páginas interiores supusieron un esfuerzo increíble. En este caso, el sumario fue la página más difícil de realizar de todo el semanal, porque nadie tenía claro qué tipo de sumario queríamos hacer; unos decían que con fotografía, otros decían que sin fotografía, y realmente se cerró el último día con el número uno. De hecho, después de estar cuatro meses en la calle, se volvió a cambiar. Uno de los puntos básicos de esta revista es que iba a establecer mucha relación con los lectores para intentar ganar público: se crearon premios, concursos, línea directa para que hablaran con el director... queríamos que el contacto fuera muy importante. Por eso se crearon páginas especiales para los lectores donde tratábamos de fomentar ese contacto. Y también quiero destacar en este proyecto una de las secciones más extrañas que hicimos al principio y que todavía siguen saliendo: son las tres primeras dobles que hablan de un retrato, de una crónica y de un paisaje. Es un comienzo de revista un poco duro, y una idea del departamento de diseño al remarcar el un, dos, tres, seleccionando cada vez el número de la doble en la que estabas. La fotografía tomaba un papel protagonista en el proyecto. Era lo que iba a marcar la diferencia con el resto. Por eso se apuesta por un tipo de diseño supersencillo, sin juegos, donde todo queda en manos del color y de la tipografía. Hay veces que tenemos problemas serios con los fotógrafos a la hora de poder poner sus imágenes en página. Creo que pierden un poco la perspectiva de lo que es el periodismo y de lo que es el producto. Fundamentalmente, porque no se hacen a la idea de que la fotografía deja de ser fotografía en sí cuando se encuadra dentro de un trabajo para pasar a formar parte del propio producto. Con lo cual una fotografía, siempre y cuando no empeore, puede ser manipulada, cortada... respetando la fotografía, por supuesto. Pero lo que no puede es considerarse todas las imágenes intocables. En ese caso estamos saliendo del periodismo para meternos en un tipo de arte que no viene al caso. En diseño de publicaciones los elementos, tanto el texto como las ilustraciones o las fotografías, forman un todo que es el producto o la revista en el que está metido. En este proyecto de La Revista trabajamos también bastante con foto preparada o foto estudio. Y lo que estamos introduciendo ahora –no demasiado– es la ilustración para segundos temas con un desarrollo supersencillo queno tiene nada que se salga de lo normal. El diseño queda reducido a la mínima expresión, sigue siendo la fotografía la que domina, con la ventaja de un lenguaje icónico mucho más fácil de asimilar. El diseño es intachable, pero intachable por inexistente. La Revista permaneció como dominical de El Mundo algunos meses, pero al final decidieron resucitar el Magazine el 3 octubre de 1999 con una portada dedicada al golfista Sergio García.
Hoy quiero comentar la evolución del antiguo Metrópoli con respecto al que está saliendo ahora. Y de la evolución de las portadas de los últimos números y cómo estas han influenciado el interior de la revista. Cuando se plantea sacar Metrópoli a la calle ya existía una guía de este estilo en Diario 16. El País también había sacado una pequeña publicación, una especie de guía del ocio, muy pequeñita, que luego sería sustituida por Tentaciones. Digamos que el precursor de la historia fue Diario 16 con la Guía de Madrid y cuando El Mundo nace –con mucha de la gente de Diario 16 como todos sabemos– decidió él también contraatacar con su anterior casa madre y sacó una guía que era un listado de cines, restaurantes, salas de fiesta y reportajes cortos sobre la actualidad cultural y de ocio de la semana de Madrid. Era y es un producto que sólo se distribuye en Madrid y su Comunidad. Ha habido intentos de sacarlo en otras comunidades. Creo que llegó a salir en la Comunidad de Castilla y León junto con la cabecera de El Mundo de Castilla y León. No sé si se está haciendo también con El Mundo de Valladolid, creo que no. El caso es que esta guía estuvo en la calle durante por lo menos un par de años y más tarde se decidió apostar por la cabecera Metrópoli. El diseño original es del director de arte del periódico, Carmelo Caderot, y la base era hacer un diseño bastante rígido pero que pareciera que tenía mucha movilidad: evitar las modulaciones claras para que se asemejara a una cosa bastante dinámica. Se optó por una cabecera bastante grande, casi siempre calada encima de la fotografía de portada, que normalmente era un fotograma de la película principal que se estrenaba. Es un producto que sale los viernes, que suele ser el día de la semana en el que más estrenos hay en las salas, ya bien sea de cine, o bien sea una obra de teatro o un concierto y la idea era intentar hacer un producto bastante completo, pero que costara poco dinero su producción. Normalmente las fotografías eran gratis, las proporcionaban las productoras y el material gráfico de dentro normalmente era cogido de revistas, pirateado de cualquier lado. La historia era hacer un producto gratuito que no tuviera costes; no podía suponer un precio muy elevado dentro de la cuenta de resultados del periódico. El diseño era atractivo, bonito; el papel no era demasiado bueno, pero no se le podía sacar prácticamente ningún defecto. Era absolutamente correcto:colores claros, etc. Se jugaba, igual que ahora, con los colores de la cabecera combinándolos con los colores de los lutos de la parte inferior. Se ideó una triple batiente para la cabecera en un tipo original, creo que este era el Trío o algo parecido. Tened en cuenta que estos diseños eran anteriores a la época de los Macintosh, por lo menos en El Mundo; todo esto se hacía a mano, la cabecera estaba hecha con Letraset; ahora me parece la prehistoria, pero era así. El efecto era casi igual que con los Macintosh pero se hacía a mano. El juego de colores era bastante sencillo; la concepción y la confección de la página era muy estática comparándola todas las semanas. La tipografía de titulación también era bastante básica. El interior, además de una parte inicial que se dedicaba a reportajes de dos páginas como mucho sobre alguno de los estrenos o ‘preview’de algunas de las películas que se estrenarían una semana después, iba todo modulado por secciones fijas dedicadas a cada uno de los aspectos del ocio madrileño. Todas las cabeceras iban en vertical con un pequeño rataplán del día a día con otros temas que luego podrían ir dentro; el tema inicial iba titulado muy sencillo: tres columnas a medida falsa, la ficha del tema encima de la foto y el triángulo, donde iba la paginación y que, al mismo tiempo, marcaba la zona de la revista en la que nos estábamos moviendo. El origen del código partía del sumario y, dependiendo de la altura del triángulo, sabíamos en qué sección nos estábamos moviendo. En casi todas las secciones se repetía el mismo esquema. Esto facilitaba la confección de la revista, que con la idea de que fuera casi totalmente cero de costes, aparte de la fotomecánica y de la impresión, pues, durante bastante tiempo ni siquiera contaban con un confeccionador que lo realizara; directamente los redactores se encargaban de hacer la revista: cogían unas maquetas base que tenían incorporadas en el sistema redaccional del periódico, que era un Edicomp 3.000, y ellos elegían la maqueta que iban a meter, daban un corte apresurado a la fotografía y tiraban para adelante. Llegó un momento pasados cinco años en el que se decidió que había que hacer una apuesta diferente; El País había sacado Tentaciones y se produjo un debate interno en el periódico para ver si nosotros debíamos contraatacar, si debíamos sacar un producto de las mismas características que Tentaciones: papel prensa mejorado, a color, con una clara tendencia al ocio digamos periodístico y no al ocio práctico, como era Metrópoli o sea, renunciar quizás a la guía, renunciar a los listados de cines, de copas, de comer... e irnos más al desarrollo periodístico de los temas que Metrópoli simplemente tocaba un poco de compromiso. Se hizo una pequeña encuesta entre los lectores de El Mundo y valoraban más precisamente el hecho práctico del suplemento que el hecho periodístico. Digamos que era un producto más útil que bonito. Y la empresa renunció a cambiar; y decidió que lo que tenía que hacer es lo que estaba haciendo, sólo que mejor. Se asumieron entonces costes y se decidió mejorar elpapel interno, mejorar sustancialmente el papel de las cubiertas y publicar toda la revista a color. Creo que quedaron muy patentes las diferencias que existían con Tentaciones. Son dos productos totalmente diferentes. Primero:Tentaciones se distribuye en toda España y Metrópoli sólo en Madrid. Metrópoli es una guía útil y Tentaciones es un producto periodístico informativo; además Tentaciones va dedicado a un público bastante joven, digamos de treinta para abajo, y Metrópoli está dedicado, aparte de para el público joven, para el público que tiene dinero para ir a cenar a restaurantes, para ir al cine, para ir al teatro y para moverse con dinero porque realmente es para usarlo;es una revista para informarte en principio pero luego para usar y ver dónde vas a ir a cenar. A partir de ahí el departamento de diseño se puso a trabajar: primero con la cabecera; se iba a llamar igual, Metrópoli, y empezamos a hacer juegos malabares con letras. Como a nadie se le escapa si veis la trayectoria de mi trabajo y del trabajo que se ha desarrollado en los suplementos de El Mundo, tenemos una línea evidente de influencia americana, ya sea Rolling Stone, Premier o cualquier otra revista en esa línea. Digamos que podemos considerar dos tendencias ahora mismo en diseño de publicaciones: está la línea clara que viene del campo inglés y la línea un poco más barroca, un poco más caliente, que es americana y es en la que nosotros nos movemos. Ideamos al principio una cabecera, que por unos días fue la definitiva, con un tipo de letra que se llamaba Script, de Monotype, y la trabajamos con Photoshop, haciendo sombras desenfocadas –gaussianas– y fundiendo la cabecera con fondos de color y creando una masa bastante fuerte, que llamara bastante la atención dentro de la página y que complementara bastante la fotografía, una fotografía que dejara de ser el fotograma de una película para tomar mucha más entidad como elemento de calidad de la portada. Hacíamos pruebas con la misma cabecera y veíamos el efecto con diferentes fotos. Hicimos como unas treinta o cuarenta. Y, de pronto, cambiamos. Bueno no fue de pronto, pero el caso es que llegamos a la cabecera actual. Nos convenció casi inmediatamente, y como en este negocio todo está visto, todo está hecho y siempre nos estamos inspirando en algo –¡cómo no!– esta vez también. Era una cabecera que realmente no existía como tal; yo no la había visto en ninguna revista anterior, pero la idea partió de una breve sección que aparece –creo que sigue apareciendo– en el Premier americano. Llevaba viéndola desde hacía tiempo. Me pareció que era un ejemplo bastante bonito y creía que se podía desarrollar para generar una cabecera completa para la revista. El efecto era extrañísimo, porque era probablemente la cabecera más pequeña que hasta ese momento había habido en el mercado español dentro de una publicación y, además, era un salto importantísimo con respecto a la anterior cabecera que era probablemente una de las más altas, de las más grandes, de las que más ocupaban. Digamos que por asimilación con el anterior Magazine –que era un pedazo de mancheta enorme en la parte superior– El Mundo se estaba moviendo en una línea de cabeceras bastante grandes, muy llamativas; era simplemente un recurso para intentar disimular la carencia de medios gráficos que tenían las portadas: fotografías de mala calidad con una mediocre reproducción. Por todo esto, la nueva cabecera suponía un cambio cualitativo importante; no sólo en lo que iba a ser lo que el departamento de diseño quería aportar como novedad gráfica para esta portada, sino que el departamento de fotografía y el departamento de arte en general tenían que aportar nuevas cualidades para las portadas. Y llegamos al número uno: fuimos improvisando sobre la marcha. No teníamos claro que las bandas superior e inferior fueran a ir en color; tampoco sabíamos si el negro iba a ser el color definitivo, como al final ha sido. La historia es que cuando presentamos el proyecto, lo último que presentamos fue la portada, no gustó nada; parecía una cabecera ridícula, decían que no se veía nada, que no se leía, que era absurdo pasar de una cabecera tan grande a una tan pequeña. Después de tiras y aflojas en reuniones con la empresa y con Pedro J. conseguimos colocarla, pero con la condición de que teníamos que ganar un centímetro a lo que teníamos. Decían que lo podían tolerar, pero que querían un centímetro más de cabecera como fuera. Les intentamos engañar haciendo las bandas más gordas, pero no coló y tuvimos que comprar otra letra –otra versión de la Giza– más estrechada para capear el temporal y al final salió. Luego comenzamos a cambiar alternativamente los colores de forma evidente. Empezamos con ilustraciones de calidad, pensadas, pero la verdades que al final todo sale sobre la marcha y se improvisa mucho. Por otro lado, mientras que la parte superior de la portada y lo que iba a ser el contenido gráfico de dentro lo teníamos superclaro, la tipografía de los titulares y de las diferentes manchetas de los temas interiores no lo teníamos nada claro. En el desarrollo del interior casi todo se había hecho con el tipo de letra Cloister Old Style, que es texto base de la revista Rolling Stone y lo habíamos decidido usar también para titulares interiores. Manteníamos también la Giza en la parte inferior de la portada, donde vienen las diferentes manchetas de entrevista, ciudad en danza, etc.; que es la misma de la cabecera pero con el tipo original sin estrechar. En principio, la idea era arrancar el tema de cine con una gran cabecera que ocupaba toda la página, haciendo el mismo juego que estábamos haciendo con la mancheta: la Giza ya estrechada y con una gran sombra incluso haciendo transparencias con alguna de las palabras, con algunas de las letras. Esto lo hacía bastante efectista y se trabajaba en Illustrator para luego pasarlo a Photoshop, donde, mediante una serie de filtros, quedaba estupendo. Nuestra idea era esa y la empresa tuvo una idea todavía mucho mejor: nide coña nos iba a dar una página entera sólo para meter la portada de cine todas las semanas así. Con lo cual tuvimos que reducir el tamaño y la portadilla que se quedó incluía la primera crítica puntuada por estrellitas de lo que era la cabecera de cine. Y volvíamos a meter la cabecera en pequeñito en lo que era el ránking de la semana por los críticos de diferentes medios. La cabecera en este caso es la que da la razón de ser a toda la zona de cine. En el número dos de Metrópoli parece que nos empezamos a sentar un poco en la tipografía, decidimos que funcionaban mucho mejor las bandas negras que no las bandas de color y aunque al principio tuvimos dudas con respecto al color negro dentro de la cabecera porque se fundía con las bandas, nos convenció. En realidad nos convenció un compañero, Ricardo Martínez, subdirector del periódico encargado del área de ilustración, diciendo que funcionaba como un logo en sí, que no era tan importante leer Metrópoli sino que tenía que funcionar como un icono, no como un titular que se leyera. Bueno, al final le hicimos caso, afortunadamente, y decidimos considerar el negro como estándar de color para casi todas las portadas que no tuviéramos claro cualquier otro color alternativo. Incorporamos además lo que luego ha sido también repetitivo en otras portadas, que es el rataplán agrupado, donde también cambian los colores de las líneas o bien de los temas, cuando los temas tuvieran dos líneas. Lo que no teníamos tan claro ya era el tema del titular de la portada, el titular gordo para el que seguíamos jugando con la Cloister Old Style en diferentes niveles de tamaño. Lo malo es que ideamos un diseño interior que repetía los colores de las cabeceras de portada y, si tenemos en cuenta que la portada es casi de lo último que se hace en la revista, era muy complicado dar al diseñador de la revista los colores que tenía luego que meter en las cabeceras de las secciones; con lo cual muchas veces no conseguimos dar el mismo tono o incluso el mismo color dentro y fuera. Esto genera cantidad ingente de trabajo, porque el interior de la revista tiene del orden de catorce o quince cabeceras diferentes que hay que hacer primero en Illustrator y luego trabajarlas en Photoshop. A pesar de todo, me gustaría decir que Metrópoli tiene una ventaja con respecto a los demás suplementos: que es un producto que nadie le hace caso; es decir, dentro de la empresa es un producto de segunda, eso es evidente; es un producto que se distribuye sólo en Madrid, es un producto que no genera grandes costes de producción, es barato y, evidentemente, sería mucho peor si Metrópoli vendiera dos millones de ejemplares y se distribuyera en toda España y tuviera importancia capital en las cuentas de resultados del periódico. Seguro que no se podría hacer ni una tercera parte de lo que se está haciendo. Mientras un producto esté ahí, parezca de segunda fila y la gente de dentro –los empresarios– no le den demasiada importancia, se pueden hacer cosas. Cuanto más oficialista sea un producto es mucho más rígido y tiene que serlo. Evidentemente no puedes dirigirte igual a doscientas mil personas que hablar de millones de personas. Eso es un público, un campo y una visión tan grande que tienes que intentar contentar a todos y, probablemente, con algunas portadas no se contenta a mucha gente.
Pero, ¿por qué se rediseña un producto cuando marcha bien? Normalmente, cuando una cosa va bien, o muy bien, lo mejor es no tocarlo, porque tienes posibilidades de estropearlo. Pero Metrópoli se estaba quedando demasiado estancado y necesitaba un revulsivo. Yo creo que todo se queda antiguo. Y Metrópoli se había quedado antiguo y deciden hacer un cambio de producto y el cambio de producto lleva añadido un cambio de diseño. Normalmente los productos no se cambian de diseño porque sí; siempre hay algún motivo mucho más gordo. Yo creo que ningún periódico va a vender más o menos por el diseño que tenga, va a vender más o menos por la información que contiene. Pero además, yo diría que las portadas de Metrópoli me suponen un reto de diseño con el que me divierto en cada número. Y eso se tiene que notar.

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